Sin quererlo

 

Para Rubén.

 

Yo no lo quiero,

el luto

que se me presenta inconveniente,

insistente el muy infeliz.

 

Allá atrás, entre canicas y trompos,

la algarroba y los gallitos,

el helado de coco y las piraguas de frambuesa,

andaba tirándome por riscos,

colgando de ramas de arboles mas viejos que el frío.

Metiéndome en líos,

prefiriendo el perdón al tener que pedir permiso.

 

Siento sus manos sobre mis hombros,

Y su aliento mueve mi memoria.

El tiempo y el maldito luto,

se hacen árbol,

sembrándose permanentes.

 

Se arriman poco a poco a mi y los míos.

Asomándose, me miden y me calzan.

Resultan molestos y violentos,

como viejos maestros cansados de tener que corregirme.


Y me obligan a recordar.

El cambio llega arrogante,

sin importarle mi opinión.

La distancia ya es vasta;

Las voces

-tantas voces-

 y sus rostros.

La memoria me falla nuevamente,

pero mi corazón me susurra que los recuerda

a todos.

 

Las comidas, las corridas,

las mentiras y las peleas.

Todo era más dulce y agrio,

más real y genuino.

Y ese gran maestro

el tiempo,

continúa su lección.

Me enseña a cantazos.

 

La mano arrugada de mi vieja.

La dulce voz de abuela

cantándole entregada al caldero y la candela.

La sonrisa de un amigo.

Dicen que el aguacero renueva el suelo y da vida.

Pero esto es una tormenta;

esto es un huracán,

esto es una tragedia.

 

Y ahora estoy sentado con luto.

Entra porque tiene la llave,

porque me acompaña a menudo.

No es lo mucho, pero lo seguido.

Es que no para de llover,

no se acaba el temporal.


Y ya así, el dolor se vuelve costumbre.

Es cruel la manera que me hace lo que le da la gana.

Y hasta ratero le llamo,

cuando se roba la onza de memoria que me queda.

 Cómo vivir en medio de tanta ráfaga, azote y mal rato.

 

Y me recuerda,

que todos perdemos,

que el dolor no es exclusivamente mío,

que el tiempo pasa igual para todos,

que no lo evita el lamento.

 

Y ese tiempo se asoma camuflado.

Y el luto le sigue pie forzado.

Y aquella memoria se encarga del detalle.

Y sin invitación ni saludo,

regresan a llevarse lo poco que me queda.

 

Y me tiemblan las manos.

Y con disimulado terror les recibo.

Y acepto su recado.

Están todos conmigo,

y sé que pierdo a otro de nuevo.

Se sientan a mi lado,

Y el dolor me da la mano.

Y me acompañan en el mío,

sin tan siquiera yo quererlo.

 

Christian Alexis

 

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